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Basándome en mi propia experiencia y en tantos años estudiando la conducta humana y el comportamiento de diferentes grupos sociales y ayudando a otras personas en su desarrollo personal; me atrevería a decir que el mayor reto, cuando se trata de nuestro propósito, motivo o meta de vida, no está en elegirlo, o en saber cuál es, sino en tomar la decisión de seguirlo con determinación hasta alcanzar vivir en él. 

Este es un artículo que nace de una profunda y poderosa reflexión personal, por lo cual, veo que es indispensable comenzar contando un poco sobre mi persona. Nací como deficiente visual, fui diagnosticado con una enfermedad degenerativa de la visión a los cuatro años de edad llamada Retinosis Pigmentaria. Debido a que ya podía ser considerado legalmente ciego, el pronóstico de los doctores fue que tomando en consideración el importante avance de la misma, perdería la poca visión que tenía en apenas dos años. Para mi suerte, yo nunca supe de este pronóstico sino hasta mi juventud; sin embargo, sí sabía que la enfermedad seguiría avanzando y, para mi ventaja, los médicos una vez más se equivocaron prediciendo el futuro. Pues, aunque si he perdido un poco más de visión, aún conservo la cantidad de vista que para mí es más que suficiente para hacer prácticamente lo que se me venga a la cabeza. En definitiva, el hecho es que soy legalmente ciego, es decir, sí puedo ver, pero es tan escasa mi visión que la sociedad considera que debo ser incluido en la categoría de persona con discapacidad.

Ser catalogado como persona con discapacidad honestamente no me molesta, de hecho, tiene sus ventajas: mi esposa dice que mi condición es una tarjeta VIP, pues nos da accesos privilegiados en muchos lugares y nos abre muchísimas puertas. Por ejemplo, en los aeropuertos paso por la fila de diplomáticos sin hacer cola. Además, contamos con un distintivo que nos permite utilizar los puestos de estacionamiento más cercanos y por si fuera poco no pagamos por estacionarnos en ningún lugar público (estacionamientos municipales o parquímetros). Asimismo, desde hace ya varios meses, apliqué y conseguí que me otorgaran un perro guía, una experiencia que ha sido maravillosa y cuyos detalles los dejo para contarlos en otra oportunidad.

Para no extenderme más de lo necesario, dejemos esta historia hasta aquí por los momentos y regresemos al tema central del que les quiero hablar. El punto es que, por lo general sabemos bien lo que queremos hacer con el resto de nuestras vidas -o al menos tenemos una buena idea de ello- desde que comenzamos a formarnos una conciencia. No obstante, en la medida en que continuamos creciendo, nos vamos topando con un sin número de saboteadores que nos alejan de ese camino, y que perfectamente los puedo resumir en tan solo dos palabras: “nuestras creencias”.

Si, esos son nuestros saboteadores primordiales: todo aquellos que creemos que se puede y que no se puede hacer, lo que creemos que existe, y lo que creemos que va a pasar determinan nuestras emociones y nuestras acciones. Yo me atrevería a decir que esto tiene un peso tal vez del 90%, y el otro 10% sí podríamos atribuirlo a las circunstancias, en otras palabras, a las condiciones históricas y actuales. Pongamos un ejemplo basado en mi propia vida. De niño soñaba con volar aviones de combate; pero siendo deficiente visual iba a ser casi imposible lograrlo, además de que no me gustaba el ejército. ¿Y qué podemos hacer entonces? Pues, replantearnos el sueño, ¿Es solo volar ese tipo de aviones, o es volar? İEs volar! Aunque volar un avión para un ciego es complejo de lograr -más no imposible- en especial por las regulaciones y los temas legales. ¿Pero qué tal volar con un paracaídas?, eso si es factible. Y así lo hice, y me gradué de paracaidista.

Claro, estoy poniendo un caso muy extremo, en el que las circunstancias tienen un poco más de peso, y sin embargo dependiendo de nuestras creencias, siempre podemos darle la vuelta. Pero entonces ¿cómo se forman estas creencias? Las creencias provienen del cúmulo de información que nos llega a lo largo de nuestras vidas. En ellas juegan un importante rol, nuestros padres y familiares, nuestros amigos, nuestra religión, nuestra cultura, nuestra educación, nuestros maestros, nuestros ídolos y así sucesivamente. Y luego de que esas creencias han quedado bien asentadas en nuestro banco de información, nuestras emociones empiezan a reaccionar a partir de ellas, pues las usamos para ir prediciendo nuestro futuro.

Una de las primeras y más poderosas consecuencias que se derivan de todo esto, radica en una creencia en particular que se deriva de nuestra educación occidental, en la cual se castiga el error; cualquier fallo es duramente penado. Crecemos construyendo una conciencia de intolerancia a la equivocación. Si te equivocas es porque estás mal, si fallas eres un fracaso, una situación indeseable y que te coloca en lo más bajo. Y así cuando a esto le sumamos el restante de nuestras creencias, hemos logrado el coctel perfecto para vivir una vida mediocre, insatisfactoria, e infelizmente segura. Es simple, en el momento en que tus creencias te dicen que tal vez no logres tu objetivo, que no podrás alcanzar lo que tienes en mente, lo que te has propuesto; sientes que hay un alto grado de posibilidades de fracasar y por tanto sentirte humillado. La mejor respuesta ante eso es: no hacer nada.

Es increíble que algo tan sencillo y tan absurdo, se haya logrado permear en nuestras sociedades con tal intensidad. No existe manera alguna de aprender sin cometer errores, no existe la creatividad sin aceptar los fallos, solamente aquellos que aceptan los errores, solo aquellos que entienden que los fallos son las mejores lecciones, son capaces de arriesgarse una y otra vez hasta alcanzar sus metas. Hay un dicho que dice que “Los hombres son del tamaño del golpe del cual se levantan”, y es eso, en el camino a la cima siempre van a haber caídas, la clave está en aceptarlas y en levantarnos. Aceptar los errores, aceptar que siempre vamos a fallar, y en aprender a sacar la lección de cada equivocación.

Mi caso, por el contrario, fue un tanto atípico, aunque para nada único. Nos pasa a muchos de los que nos toca vivir situaciones que para lo cotidiano se consideran como situaciones extremas. Y de esta forma nos convertimos en una suerte de mulas tercas y testarudas, en unos “cabeza dura” que pareciéramos disfrutar el darnos golpes con la pared. Somos una especie particular que en lugar de miedo constante, lo que pareciéramos padecer es falta de miedo. Y ojo, eso no es una virtud, pues el miedo es fundamental para la supervivencia, para los que tienen la creencia que el miedo es de cobardes -otra de nuestras creencias absurdas- les digo que nada es más humano y fundamental que el miedo. El problema no está en el miedo, el problema está, en cómo reaccionamos frente a él y cuáles son las creencias que lo desencadenan.

Ejemplos como el de Maikel Melamed o el de Erik Weihenmayer, por solo nombrar dos. Ambos, seres increíbles. Melamed sufre de distrofia muscular severa, cuyo pronóstico medico era que nunca caminaría y sin embargo ha participado en más maratones que muchos atletas sin discapacidad y tiene una vida tremendamente activa y llena de logros. Weihenmayer, montañista, escalador y con un espíritu aventurero incansable, totalmente ciego, es el primer y único invidente en coronar el pico Everest y en lograr las siete cumbres más altas del mundo. Y los pongo como muestra de esa terquedad, de esa perseverancia que nos invade en hacer justamente lo que se supone que no podemos hacer, lo que la sociedad “cree” que es imposible bajo ciertas condiciones o deficiencias iniciales. Y de esta forma, ellos supieron vincular su pasión con su perseverancia, y así se ganan la vida haciendo aquello que muchos creerían que no podían hacer ni siquiera por hobby.

Sin embargo, mi caso y la parte de mi vida que generó esta reflexión, se desvía un poquito de esta senda, y a pesar que por diversión he vivido siempre movido por la pasión; mi actividad profesional la he llevado más vinculada al reto, a seguir el camino complejo y escabroso. Por muchos años repetí que me consideraba un luchador, algo que además vemos como un halago, como una virtud -otra creencia errada en mi opinión-. Empero, ahora he entendido que la vida puede ser fluida, puede ser en paz y en armonía con nuestro entorno y relajada hacia lo interno. Me encantan los retos, me encantan los desafíos, pero esto no implica necesariamente enfrentar choques.

Para ponerlo fuera de contexto, imaginemos que tenemos una pasión por la pintura, y somos muy malos con los números. Si tenemos un espíritu luchador, y sentimos que debemos superarnos en todo lo que tenemos una debilidad; en lugar de comenzar nuestra carrera de artista plástico, decidimos que vamos a aprender física pura, y nos inscribimos en esa carrera y nos graduamos de físicos.  Otro ejemplo extremo, pero a mi parecer bien ilustrador.

Mi pasión siempre estuvo orientada hacia la conducta de los seres humanos, poder intervenir de manera positiva en la vida de los demás. Ser portador de un mensaje de esperanza, de positivismo, y perseverancia. Entender la conducta de los individuos y su impacto en el comportamiento colectivo. No obstante, en lugar de seguir una carrera como psicólogo o sociólogo, decidí estudiar y graduarme como economista. Pues claro, una carrera muy vinculada a la conducta de masas, pero con un altísimo componente de matemáticas, un factor de tremenda dificultad, de hecho, casi imposible para un ciego; pero muy adecuado para un “luchador” ¿cierto?

Y de esta forma, fui orientando mi carrera por caminos borrascosos, cada vez más complejos, para poder siempre estar alineado con la creencia de que la vida es dura, es difícil y que yo soy un luchador y puedo con todo. Lo peor, es que a pesar de que estaba haciendo cosas que sí me llenaban y disfrutaba; me encontraba muy lejos de mi verdadera pasión. De hecho, terminé mi postgrado como Life Coach hace más de cuatro años, y sin embargo, desde entonces he hecho Coaching como una actividad adicional a mi actividad principal. De algún modo he estado evadiendo mi pasión, o tal vez no evadiéndola, pero dejándola en un segundo plano.

Hay un sinfín de razones que me llevaron a actuar de esta manera y a tomar esas decisiones; tanto las que ya he nombrado, así como muchas otras. Por ejemplo, la “creencia” de que en cualquier momento me quedaría completamente ciego, me llevo a vivir con esa amenaza de entrar en una noche eterna; algo que no solo me impulsó a no dejar pasar ninguna oportunidad, sino también a vivir un sinfín de experiencias y diversas situaciones. De hacer primero lo que podría ser más complicado, a posponer el “camino fácil”, a frenar mi ímpetu, para antes llenarme de conocimientos y de momentos que luego supuestamente me tocaría disfrutar y aprender a percibir sin ver la luz.

Me tomo muchos años aceptar que la pasión de cada uno de nosotros debe estar en el centro de nuestras vidas, no importa cuales sean nuestras creencias, hay que trabajar para que esto suceda. Es por eso que ahora tomé la decisión de seguir lo que he llamado «el difícil camino fácil”. Camino fácil pues es el que está alineado con mi pasión, con mi propósito de vida, para el cual mi discapacidad no representa un obstáculo; sino asombrosamente una ventaja competitiva desde una perspectiva de mercadeo. Difícil, ya que me costó mucho aceptar mi destino y dejar de probarme en actividades que no estaban en el centro de mi pasión. Difícil, pues como muchos dicen, el camino del orador profesional, de hacerse un mercado como Life Coach no se logra de un día para otro. Y yo respondería, que con todo lo complejo que esto pueda resultar, siempre será más sencillo que las demás actividades que he venido haciendo a diario en mi vida profesional e incluso personal en una sociedad que poco comprende la deficiencia visual.

No obstante, no me arrepiento ni de una sola cosa de las que he hecho hasta ahora, ni mucho menos del tiempo transcurrido, pues esto me ha brindado un cúmulo tremendo de experiencias y conocimientos diversos, con una madurez emocional y una capacidad de análisis que son indispensables para esta etapa que comienza. He decidido aceptar en mi vida aquello que me apasiona, he decidido vincular mi actividad profesional con mi amor por la aventura. Voy a seguir buscando nuevos retos, nuevas maneras de probarme a mí mismo; pero siempre en el marco de mis pasiones, de mi amor por la vida, de mi pasión por la adrenalina, de mi goce por compartir con la gente, de mi entusiasmo por ayudar a otros desde el Coaching y desde el ejemplo.

Hay una afirmación muy poderosa de Louise Hay que dice “Estoy en el lugar y en el momento indicado, haciendo aquello que me corresponde hacer”. Hasta ayer hice aquello que me correspondió, y que me trajo hasta donde estoy hoy, y de hoy en adelante, ya estoy listo para alinear cada minuto de mi vida a mi meta, a mi objetivo, a mi pasión de vida.

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